Ntra. Sra de la Soledad



Imagen dolorosa que acompaña al Cristo Yaciente. Intitulada desde su bendición inicial como Ntra Sra de los Dolores, cambió su nombre por Ntra Sra de la Soledad tras la reorganización de la Hermandad en el año 1980. Se encuentra ubicada en el altar de los Dolores de la Iglesia Parroquial de San Pedro, de estilo neoclásico, realizado en madera dorada y pintada de blanco, situado en la cabecera de la nave de la Epístola, de características similares al altar del Cristo de la Vera Cruz en la capilla del Baptisterio. Bajo la hornacina central se encuentra  una cripta en la que se encuentras el Cristo Yaciente[1].

DESCRIPCIÓN DE LA TALLA.
 Pertenece al tipo de imágenes denominadas de “candelero” o “bastidor”. Presenta totalmente talladas la cabeza y el tronco hasta la cintura, y las manos hasta las muñecas, ensambladas sobre brazos articulares de madera en bruto sin policromar. El tronco se hallaba unido a un armazón cónico de madera, forrado con seda y terciopelo según la moda impuesta por los Austrias en el XVII, que unen el busto a una base ovalada para dar apoyo a la efigie, la cual es vestida con atuendos y preseas nobles que realzan su prestancia de Reina viuda[2].

La mirada elevada al cielo y la cabeza levemente girada a la derecha. Las manos suavemente extendidas hacia adelante, portando en la derecha un pañuelo bordado, la izquierda, a la misma altura presenta la palma hacia el interior en gesto de aceptación. Sobre la cabeza corona de plata del siglo XVII, y sobre el pecho, un corazón de plata  atravesado por siete puñales.

Iconográficamente representa a la Virgen en soledad y afligida, también conocida como Mater Dolorosa. No hay referncia directa en los Evangelios de la presencia de la Virgen en el entierro de Cristo. Los sinópticos registran la presencia de Maria Magdalena y las Marías (Mateo XXVII, 61; Marcos XV, 47; Lucas XXIII, 55-56); pero es de suponer que tanto la Virgen como San Juan, que asistieron a la Cruxifición, esperaran a ver el cuerpo de Cristo Sepultado.

El profesor Dº. Jesús Miguel Palomero Páramo[3]  remonta esta iconografía sevillana de la Dolorosa a las creaciones poéticas de los Monólogos que cantaban en oriente los Cruzados, y en el llanto franciscano de Jacopone de Todi, que mas tarde glosó Lope de Vega en su Stabat Mater, en el que se describe a la Virgen llorando al pie de la cruz traspasada de dolor por un cuchillo; y que tiene su antecedente evangelico en la profecía de Simeón, en Lucas 2, 35 "mientras a ti misma una espada te atravesará el alma". Desde la profecía de Simeón, María fue viviendo sucesos dolorosos a lo largo de la vida de su hijo. Pero esos penosos trances se aumentan durante la vida pública de Jesús y nada digamos durante su pasión. Teresa de Jesús, escribió estas palabras: "Al oír las palabras del anciano Simeón, María vio claramente todo el cúmulo de dolores, tanto interiores como exteriores, que debían sucesivamente atormentar a Jesús en el decurso de la pasión…" Esas palabras proféticas del anciano Simeón dará lugar a que en la iconografía mariana se represente a la Virgen de los Dolores con un corazón atravesado por una o por siete puñales o espadas.

Simboliza el desgarro emocional de una madre acompañando a su hijo en su entierro.

La referida efigie fue restaurada en 1940 tras la Guerra Civil, cuya labor fue costeada por doña Enriqueta de la Cova, en tanto que la últi­ma restauración se fecha en 1997, y fue realiza­da por el restaurador y profesor de la Facultad de BB.AA. de Sevilla Juan Abad Gutiérrez, quien encontró en su interior una inscripción sobre la madera que nos aporta el dato de su cronología, aunque por la superposición de unos bloques de madera no apreciamos por completo el año, por lo que sólo podemos precisar que la imagen se hizo en algún momento de la década de 1790, noticia que se completa con la mención al rey Carlos IV[4].

ESTUDIO ARTÍSTICO.
Nuestra Señora de la Soledad, es una imagen barroca de autor anónimo, se talló en la década de 1790; es una típica obra de candelero para vestir.

Al pertenecer al último cuarto del siglo XVIII, estilísticamente la imagen presenta el movimiento y la teatralidad propias del pleno barroco, pero acentuado por la naturalidad y serenidad, características que anuncian el neoclasicismo en la imaginería del siglo XIX. Es pues una obra de transición de muy bella factura.

 De su rostro, con la mirada alta implorando el alivio divino del Padre, se puede destacar su expresión de marcado concepto dramático, que hace que el rostro se contraiga en un patético sollozo, inclinándose ligeramente hacia el lado derecho.

Los ojos son de cristal, almendrados y entornados , y las pestañas, de pelo natural en la parte superior y pintadas las inferiores. El entrecejo se frunce de forma suave como señal de dolor y queda enmarcado por las rectas cejas; la nariz es de perfil recto. Los labios entreabiertos, dibujando un rictus de agudo dolor, y las tres lágrimas que se derraman por sus mejillas. El mentón se encuentra limpiamente trabajado, prescindiendo del grácil hoyuelo. El cuello muestra la tensión muscular como consecuencia del llanto en que está sumida la Señora. El cabello ha sido tallado en madera. Las carnaciones han sido aplicadas a pulimento mediante tonos lechosos de brillo.

Es probablemente el rostro más expresivo y de más marcado carácter pasionista de todas las imágenes de la Semana santa de Peñaflor.



[1] Inventario Iglesia de San Pedro Apóstol de Peñaflor. 1922. Arch. Gener. Arzob. Sevilla. Secc. Administración Gral. Serie Inventarios. Leg, 716, cuadernillo 169.
[2] Palomero Páramo, J. M. “Las Vírgenes en la Semana Santa de Sevilla”. Sevilla. 1983.
[3] Palomero Páramo, J. M. “Las Vírgenes en la Semana Santa de Sevilla”. Sevilla. 1983.
[4] Delgado Aboza, F. M. “Antigua, Venerable y Fervorosa Hermandad y Primitiva Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Sra de los Dolores, Santo Entierro de Ntro Sr Jesucristo, Ntra Sra de la Soledad, y de los Santos Mártires Patronos San Críspulo y San Restituto. Peñaflor” en Misterios de Sevilla. T. V. Sevilla 1999, pag. 286.